Los seis músicos comienzan a tocar. Después de unos compases, la audiencia (que comienza a situarse, a ponerse) intuye que éstos saben tocar más allá de su propia leyenda de buenos músicos. Entonces aparece la menuda silueta recortándose bajo el humo artificial y el barrido de los focos. Los que lo esperan sonríen cómplices. Los que no saben qué se van a encontrar y los guiris: lo admiraban asombrados. Su caminar es de un trastabille del eterno puesto, un paso de fumeta lastrado quizá por una cadera destrozada por tantos caminos y giras. Se acerca al microfono bajo el estruedo virtuoso de los saxos, que parecen hambrientos de escalas, y gruñe. Sonríe y se le mueve la mugrienta barba. Alza el brazo que no agarra un petardo a medio hacer. Saluda.
miércoles, julio 21, 2004
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