sábado, febrero 18, 2006

domingo, febrero 12, 2006

El verdadero sentimiento de las redes P2P

Los miércoles a las nueve de la noche, hora de Nueva York, la cadena norteamericana ABC emite una serie de televisión que me gusta. A esa misma hora un mexicano llamado Elías, dueño de un vivero en Veracruz, la está grabando directamente a su disco rígido, y tan pronto como acabe subirá el archivo a Internet, sin cobrar un centavo por la molestia. Tiene esta costumbre, dice, porque le gusta la serie y sabe que hay personas en otras partes del mundo que están esperando por verla. Lo hace con dedicación, del mismo modo que trasplanta las gardenias de su jardín para que se reproduzca la belleza.
A las once de la noche de ese mismo miércoles, Erica, una violinista canadiense de venticuatro años que ama la música clásica, baja a su disco rígido la copia de Elías y desgraba uno a uno los diálogos para que los fanáticos sordomudos de la serie puedan disfrutarla; distribuye esos subtítulos en un foro tan rápido como puede. No cobra por ello ni le interesa el argumento: lo hace porque su hermano Paul nació sordo y es fanático de la serie, o quizás porque sabe que hay otra mucha gente sorda, además de su hermano, que no puede oír música y debe contentarse con ver la televisión.
A las 3:35 de la madrugada del jueves, hora venezolana, Javier baja en Caracas la serie que grabó Elías y el archivo de texto que redactó y sincronizó Erica. Javier podría ver el capítulo en idioma original, porque conoce el inglés a la perfección, pero antes necesita traducirlo: siente un placer extraño al descubrir nuevas etimologías, pero más que nada le place compartir aquello que le interesa. Para no perder tiempo, Javier divide el texto anglosajón en ocho bloques de tamaños parecidos, y distribuye por mail siete de ellos, quedándose con el primero.
Inmediatamente le llega el segundo bloque a Carlos y Juan Cruz, dos empleados nocturnos de un Blockbuster boneaerense que suelen matar el tiempo jugando al ajedrez, pero que ocupan los miércoles a la madrugada en traducir una parte de la serie, porque ambos estudian inglés para dejar de ser empleados nocturnos, y también porque no se pierden jamás un capítulo.
El tercer bloque de texto lo está esperando Charo, una ceramista de Alicante que está subyugada por la trama y necesita ver la serie con urgencia, sin esperar a que la televisión española la emita, tarde y mal doblada, cincuenta años después. El cuarto bloque lo recibe María Luz, una tipógrafa rubia y alta que trabaja, también de noche, en un matutino de Cuba: María Luz deja por un momento de diseñar la portada del diario y se pone rápidamente a traducir lo que le toca. Dice que lo hace para practicar el idioma, ya que desea instalarse en Miami.
El quinto bloque viaja por mail hasta el ordenador de Raquel y José Luis, una pareja andaluza que vive de lo poco que le deja una librería en el centro de Sevilla. Llevan casados más de venticinco años, no han tenido hijos, y hasta hace poco traducían sonetos de Yeats con el único objeto de poder leerlos juntos, ella en un idioma, él en otro. Ahora, que se han conectado a Internet, descubrieron que además de buena poesía existe también la buena televisión.
El sexto bloque le llega a Ricardo, en Cuzco: Ricardo es un homosexual solitario —y muchas noches deprimido— que traduce frenéticamente mientras hace dormir a su gato Ezequiel. El séptimo lo recibe Patrick, un inglés con cara de bueno que viajó a Costa Rica para perfeccionar su español, lo desvalijó una pandilla casi al bajar del avión pero igual se enamoró del país y se quedó a vivir allí. Y el octavo bloque le llega, al mismo tiempo que a todos, a Ashley, una chica sudafricana de madre uruguaya que es fanática de la serie porque le recuerda (y no se equivoca) a su libro favorito: La Isla del Tesoro.
Los ocho, que jamás se han visto las caras ni tienen más puntos en común que ser fanáticos de una serie de la televisión o de un idioma que no es el materno, traducen al castellano el bloque de texto que le corresponde a cada uno. Tardan aproximadamente dos horas en hacer su parte del trabajo, y dos horas más en discutir la exactitud de determinados pasajes de la traducción; después Javier, el primero, coordina la unificación y el envío a La Red. Ninguno de los ocho cobra dinero para hacer este trabajo semanal: para algunos es una buena forma de practicar inglés, para otros es una manera natural de compartir un gusto.
A esa misma hora Fabio, un adolescente a destiempo que vive en Rosario, a costas de sus padres a pesar de sus 23 años, encuentra por fin en el e-mule la traducción al castellano del texto. Con un programa incrusta los subtítulos al video original, desesperado por mirar el capítulo de la serie. A veces su madre lo interrumpe en mitad de la noche:
—¿Todavía estás ahí metido en Internet, Fabio? ¿Cuándo vas a hacer algo por los demás, o te pensás que todo empieza y termina en vos?
—Tenés razón mamá, ahora mismo apago —dice él, pero antes de irse a dormir coloca el archivo subtitulado en su carpeta de compartidos para que cualquiera, desde cualquier máquina, desde cualquier lugar del mundo, pueda bajarlo. Fabio jamás olvida ese detalle.
Los jueves suelo levantarme a las once de la mañana, casi a la misma hora en que Fabio, a quien no conozco, se ha ido a dormir en Rosario. Mientras me preparo el mate y reviso el correo, busco en Internet si ya está la versión original con subtítulos en español de mi serie preferida, que emitió ocho horas antes la cadena ABC en Estados Unidos. Siempre (nunca ha fallado) encuentro una versión flamante y me paso todo el resto de la mañana bajándola lentamente a mi disco rígido, para poder ver el capítulo en la tele después de almorzar. Mientras espero, escribo un cuento o un artículo para Orsai: lo hago porque me resulta placentero escribir, y porque quizás haya gente, en alguna parte, esperando que lo haga.
El artículo de este jueves habla de Internet. Dice, palabras más, palabras menos, algo que hace venticinco años dijo Borges mucho mejor que yo, en un poema maravilloso que se llama Los Justos:
“Un hombre que cultiva un jardín, como quería Voltaire.El que agradece que en la tierra haya música.El que descubre con placer una etimología.Dos empleados que en un café del Sur juegan un silencioso ajedrez.El ceramista que premedita un color y una forma.Un tipógrafo que compone bien esta página, que tal vez no le agrada.Una mujer y un hombre que leen los tercetos finales de cierto canto.El que acaricia a un animal dormido.El que justifica o quiere justificar un mal que le han hecho.El que agradece que en la tierra haya Stevenson.El que prefiere que los otros tengan razón.Esas personas, que se ignoran, están salvando el mundo.”

viernes, febrero 10, 2006

PIRATERIA ¿SI o SI?

Aquí os mostramos una carta de un anónimo ( como podiamos ser cualquiera), que nos narra su posición ante la pirateria.
Ahora igual, los amigos de SGAE, o los chupatintas del Sr. Alejandro Sanz nos intenten hackear el blog...nos arriesgaremos.

Carta De:
El currante medio, aplastao por la hipoteca, la precariedad laboral, los horarios DE MIERDA, y otros abusos sociales:
-como la caña de cerveza a 2 putos Euros-.

Para:
Ese músico mediático, desangrado, que se duele detrás de unas gafas de sol en la Moncloa, forrado de pasta hasta los pendientes.
Tiene cojones ir de rebelde por la vida y terminar en las escaleras del centro del Estado (por si no captáis las sutilezas, el ejemplo se refiere a Alejandro Sanz, aunque es extensible a todos los membrillos /impresentables que le acompañaban en la casita del Zapatero), mira chavalote, en la gira que te vas a marcar este verano vas a ganar mas pasta - haciendo algo que te gusta y en teoría te llena- de lo que ganaré yo en toda mi puta vida de currito, cargando, además, con una actividad que no me aporta nada personalmente y con la que, si no fuera por el sueldo adicional de mi novia, ni siquiera me daría para pagar el piso donde vivo.
"La música está muy mal" -gimes.
Tú, chavalote, no sabes lo que es "estar mal" ¿Qué sabes tú de hipotecas, de rebotar de un contratoa otro, de currar a turnos o de 7 a 7? ¿Qué sabes tú de llegar a fin de mes,o de lo que me cuesta a mí plantearme tener hijos con lo que piden en una guardería? Porque te recuerdo que aquí, en el mundo real, curramosdos para pagarnos 70 metros cuadrados.
"La gente que compra en el top manta no ama la música" -escupe otro.
¿Con qué validez moral exigís vosotros, que vivís a todo trapo de camino entre Madrid y Miami sin saber ni el dinero que tenéis, al currante que ospague los vicios y haga multimillonaria a la multinacional de turno? ¿Cómo se puede tener la cara de plantarse en plan víctima sobre una vida de lujo? Y por último ¿qué esquina de la manta se reserva a los grupos que empiezan, a los grupos marginales? La industria ha abusado -y abusa- con los precios y las calidades. Sólo ahora que se ve con el rabo en el culo ofrece lo que no pueden dar los piratas; DVDs con videos, extras y demás. Todo, curiosamente, al mismo precio que antes. ¿No llorabais que no se podían bajar los precios? ¿Cómo vale ahora un álbum que lleva 12canciones en el CD y 16 en un DVD (verídico) lo mismo que antes el mismo álbum con el CD a pelo? ¿Cómo puede valer un mismo álbum en España 18 euros y en Alemania (contrastado) 20 cuando los alemanes ganan más del doble que un español? Ahora que las mafias e Internet os revientan, ahora, que ya no tenéis la sartén por el mango, pasáis de la posición dominante y abusivaa la apelación más rastrera de sentimientos. Pues yo, y muchos como yo respondemos: Ahora, que os den por culo.
Nadie puede pedirme que le pague la colección de coches de lujo, el yate y las cuatro casonas en Miami, la Sierra, o Marbella. Nadie puede pedir moral desde a inmoralidad.

Firma: Cualquier anónimo hasta los güevos de sandeces. Sí señor, además, el artista, del precio del disco, viene a cobrar por termino medio un 6%, ¿también tiene la culpa de eso el usuario final? ¿qué pasa, no se atreven a ir contra Papá y Mamá y le cargan el muerto al usuario? Y si tienen problemas económicos, que dejen las drogas que son muy caras.

PD: Sobre todo me jode pagar por una caña 2 putos euros.